Por Mariano Panichelli, especial para El Ciudadano
La experiencia de quienes tuvimos el honor de ser parte de esa tribu de cuarentones, cuarentonas, y no tanto, que nos sumamos al ritual propuesto por Fito Páez para conmemorar los 30 años del disco de rock nacional más vendido en la historia de la música popular argentina, ha movilizado todos los sentidos, casi todas las emociones y debe adjetivarse de todas las maneras posibles para intentar expresar lo vivido aquella noche.
“Fue el mejor recital de mi vida”. No resulta exagerado decir lo que le escuché decir a un amigo que asistió al ritual un par de noches antes. Es un montón poder decir eso a los cuarenta y pico, ya que en este país de rotos corazones que describe Fito en varios trazos de su cancionero, somos bastantes pocos quienes tenemos el privilegio de poder contar más de cuatro o cinco conciertos importantes e impactantes en nuestras vidas. El de Fito en la noche del Anfi de Rosario fue, para muchos y muchas, el mejor.
“De todos los conciertos que pude ver en mi vida hubo dos grandes experiencias que conservaré con particular emoción. Una fue la de anoche en el Anfi, y la otra cuando Fito presentó por primera vez El Amor después del Amor, en el Gigante de Arroyito”, le dije a mi hijo Felipe, que tiene casi 23, el día después de la noche mágica del Anfi.
En aquel evento de 1992, yo tenía 16 y quizás sea esa situación de paréntesis entre una punta del tiempo y de la otra, en la que transcurren nada más y nada menos que 30 años: lo que convierte a la experiencia vivida en la noche del Anfi en especial y excepcional. 30 años de vida de un disco de un artista que admiramos, mientras la vida traía hijos, amores, viajes, pérdidas, dolores, logros, satisfacciones, emociones, convicciones, mudanzas, estudio, títulos, trabajos, y sigue la lista. Momentos, instantes y etapas de la vida casi siempre musicalizada por diferentes sonidos en los que Fito y su amor después del amor siempre –sí, siempre- tuvieron un lugar privilegiado.
Biografías de vidas semejantes y diferentes de los muchos y muchas que estuvimos bajo alguna de las tres lunas en el Anfi y que nos apropiamos desde adolescentes, y hasta ahora, de ese disco y sus canciones como la más acabada banda de sonido de nuestras vidas. ¿Qué es eso sino vigencia?
Entre lágrimas y casi sin vergüenza, quienes compartimos el ritual cruzamos miradas intentando desentrañar cuáles eran los motivos por los que afloraron tantas emociones. Cada quien con su torbellino de motivos, recuerdos y presencias a cuestas, comprobando que se nos pasó la vida entera o buena parte de ella en estos 30 años que Fito propuso rememorar con este show, como un carrusel de imágenes, momentos, etapas.
Son muchas las dimensiones de mi paso por este mundo que coinciden con la presencia de Fito en ella. Este año falleció mi papá. El mismo a quien tuve que rogarle varias veces a los 16 para que me dejara venir solo desde mi Firmat natal a Rosario para ver la presentación del disco. Entonces, más allá de la trascendencia de aquella anécdota que hoy adquiere más sentido, se estaba habilitando una pasión por la música popular y por Fito en particular que me acompañaría por el resto de mi vida.
A los pocos meses de la presentación en el Gigante de Arroyito fue mi viejo otra vez el que posibilitó una nueva participación en otra jornada de presentación del mismo disco, pero esta vez en Alcorta, muy cerquita de Firmat. Ese día fuimos en su auto, mi viejo, mi vieja y yo que fui acreditado por una F.M de mi ciudad en la que hacía un programa de radio que se llamaba “Dale Alegría a mi Corazón”. Ese día, a los 16, pude entrevistar a Fito y a casi todos los integrantes de aquella banda emblemática.
Siguiendo con las coincidencias y las presencias de Fito en nuestra vida, el camino de la comunicación lo empecé en programas de radio desde los 13 años en FMs de Firmat, programas que siempre tenían a Fito entre los artistas que sonaban.
En aquellos particulares 90, habíamos armado un subgrupo en Firmat con quienes nos poníamos de acuerdo para ingresar bastante más temprano que el resto al boliche al que todos ingresaban pasadas las tres, porque el DJ de la pista de lentos nos ponía rock nacional, un género que ya en aquel entonces no sonaba tanto en el horario central de las discotecas.
Y, por supuesto, esa playlist de temas de acá, lo incluía a Fito como uno de los principales.
Todas estas imágenes y recuerdos, junto a otras instantáneas emocionalmente contundentes atravesaron el cuerpo y el alma mientras el artista que transformó nuestras vidas -tanto o más que la manera en que Piluso transformó la suya- nos regaló el –hasta ahora- mejor show de nuestras vidas.
Un show en el que Fito, el artista que aún ilumina nuestras almas, nos hizo saltar para tocar el cielo de Rosario que desde el Anfiteatro se sintió más cerca aquella noche.
Nos sensibilizamos ante la impecable versión de Circo Beat, que incluyó una tremenda premonición “que hace casi 30 años los monos están devastando esta ciudad”, o porque en estos trágicos días de récords de homicidios es conmovedor escuchar a Fito cantar que “en esta puta ciudad, todo se incendia, se va y matan a pobres corazones”.
Otro momento de alta emoción fue al escuchar a mi compañera –que tiene mechas violetas- y a su hija –que se llama Ámbar y tiene 7- cantar juntas y abrazadas que “no es tan trágico mi amor”, que “es este sueño, este sol, que ayer pareció tan extraño” en la emocionante versión de “Furioso Pétalo de Sal”.
Nos emocionamos porque pasaron 30 años, y ahí estábamos los de mi generación junto a Fito, celebrando y renovando el ritual de un amor que siempre será después porque ya es eterno, bajo el cielo y la luna de Rosario. La ciudad, que a pesar de todo seguimos eligiendo porque aún nos sentimos cerca, tan cerca como Fito de nosotros y ¿qué más prueba del amor por esta ciudad se necesita que un ritual de almas encendidas y vibrando alto en el Anfi liderados por el gran maestro de ceremonia que es Fito?
Fito, una vez más y 30 años después, es un tipo que admiramos desde nuestra más tierna edad y que nos confirmó una vez más que la vida son momentos, instantes, experiencias. Y también, canciones. Sin muros y sin lamentos pasó Fito por el Anfi con su emblemática creación y una admirable banda de músicos, muchos de ellos de Rosario y Santa Fe, para hacernos vibrar, gozar y vivir. Para recordarnos y reafirmarnos que él también estará vigente y presente entre esas personas que no vamos a olvidar, como aromas que nos vamos a llevar y recuerdos que no vamos a borrar, como mi viejo y el papá de mi compañera que marcaron nuestras vidas con sus gestos y que partieron de este mundo este año que, también, se está yendo.